Con una carrera profesional de más de cuarenta años,
Juan Reichenbach se presenta como
“un pediatra que ha tenido intenciones sociales”.
“He salido del ámbito más hegemónico, me di cuenta que para hacer algo por la comunidad y por los niños había que estar presente en otros escenarios”. Oriundo de Verónica -ciudad del este de la provincia de Buenos Aires y cabecera departamental del partido de Punta Indio- fue director de salud de la Municipalidad de dicho partido, Director Nacional de Maternidad e Infancia del Ministerio de Salud de la Nación, trabajó en proyectos comunitarios en La Plata con equipos interdisciplinarios y se dedicó toda la vida a la docencia de posgrado en las residencias:
“Trabajar con residentes fue mi fuerte toda la vida, además de la docencia de pregrado en distintas universidades, pero siempre en la búsqueda de una medicina más humanizada”. La salud en la Argentina de hoy“El pediatra es el último médico de familia que va quedando”, reflexiona Juan.
“El individualismo absoluto, pensar en la medicina como una forma de renta, eso está inmerso en una gran cantidad de médicos que han perdido la empatía con sus pacientes. Esto no es casual, forma parte de todo el contexto social en el que se mueve la salud; la enfermedad, en este caso. Argentina tiene lo que sanitariamente se llama ‘Epidemiología de Transición’. En teoría pasamos de ser un país subdesarrollado a un país en desarrollo, cosa que no ha pasado. En mis clases digo que si fuésemos a Suecia o a Canadá estos libros no servirían demasiado, porque las enfermedades que aparecen son las prevalentes en nuestro lugar”, comenta.
Reichenbach enumera las diferentes patologías que se ven a diario en las consultas en los centros de salud de los barrios, las que se ven en la escuela. La obesidad exógena por mala alimentación y la hipertensión arterial que llega de manera conjunta, la anemia congénita, las situaciones de violencia contra los niños, sumado al regreso de enfermedades que ya habían desaparecido, como el sarampión.
“Y todo eso se suma a que un pibe que no toma la teta, no se vacuna y no come adecuadamente, se enferma de todo. Tiene alteraciones en su inmunidad que hacen que las patologías que parecían olvidadas empiecen a aparecer en forma intensa”, se lamenta. Juan tampoco deja fuera en su enumeración las intoxicaciones de las aguas por plomo o mercurio en las grandes urbes, las enfermedades regionales, la tuberculosis y el regreso de las enfermedades de transmisión sexual por mala prevención y desinformación, asegurando que
“tenemos una realidad que no se condice cronológicamente con la época en la cual vivimos”.Nacido en un pueblo chico, Juan está convencido de que los lugares de formación más adecuados son aquellos que están más cercanos a la realidad.
“Si te formás en un hospital de alta complejidad vas a ver casos exóticos que no vas a volver a ver en tu vida. Si venís a mi pueblo o a Entre Ríos vas a ver seguramente los casos que vas a encontrar al otro día que termines la carrera. No tenemos que adoptar el criterio individualista que dice que el mejor médico es el que hace el diagnóstico más exótico u opera las cosas más graves, eso está relacionado con la concepción de la enfermedad y no con la de la salud. Es un camino arduo, pero cuando ves lugares como esta Facultad te das cuenta que valió la pena escribir este libro”.Trabajo en redReichenbach presenta al grupo de profesionales que participan en “La Hora de Oro” como una red informal pero conformada por profesionales que tienen algo para decir y la capacidad de poder transmitirlo:
“Es multidisciplinaria porque no creemos en la salud solamente del hiperespecialista, sino del trabajo conjunto con el enfermero, el nutricionista, el sociólogo, el antropólogo, el comunicador social”.
Si bien es la cara visible, Juan dice que su labor es más bien de conducción:
“Esto es una red de autores de todo el país, de Latinoamérica y algunos del exterior que configuran nuestra verdadera identidad editorial. En mi época de estudiante veíamos casos de deshidratación en el Hospital de Niños, y en los libros que estudiábamos un autor inglés decía que esta patología era causada por haber puesto accidentalmente sal en lugar de azúcar en la mamadera del niño. La experiencia que tienen los autores que escriben también es un acto de transgresión. Nos costó mucho poder demostrar editorialmente que se puede hacer, que hay capital humano para la salud”, afirma. Por su parte, el Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud,
Jorge Pepe, enfatiza que
“apostamos a las carreras de grado pero también a la formación continua, y esto es formación continua (señala el libro)
. Material producido por la experiencia profesional y docente de los integrantes de la red donde se cuenta lo que le pasa a los niños y cómo abordamos esa problemática”. El futuro“Por suerte hoy uno ve lugares como esta Facultad que tienen una concepción distinta donde se formará un capital humano atento a lo que pasa en las comunidades donde desarrolla su profesión. Siento admiración por esta Facultad y por el trabajo de Jorge (Pepe)
y todo su equipo”, ratifica Juan, explicando que
“es muy inteligente poder hacer esto en lugares iniciales porque las grandes estructuras son inamovibles, son muchos siglos de dependencia de una salud basada en otras cosas”. Y brinda algunos números:
“En nuestro país ingresan a la carrera de Medicina entre 5 y 6 mil estudiantes por año, de los cuales sólo un 10% va a trabajar intramuros; el resto va a trabajar en el nivel primario de atención de la salud, y no hay formación para eso, la currícula es del siglo pasado. Yo no sé si ustedes se dan cuenta de lo que tienen. La formación de recursos humanos en estos lugares es mucho mejor que los lugares teóricamente mejor posicionados en el ranking de universidades nacionales”.
Si bien se llevaban un año de diferencia, el Decano Jorge Pepe compartió pasillos y experiencias en su época de estudiante.
“Con Juan nos tocó ser coetáneos y experimentamos nuestros primeros años de formación, y al igual que él me cuesta presentarme solamente como pediatra. No sé bien qué soy, pero de lo que sí estoy seguro es que la Universidad me modificó para ser más que pediatra. Por eso quiero reivindicarla como un necesario espacio de constante transformación. En épocas de tanta convulsión política y social uno siente que hay cosas que se pueden cambiar desde lo micro, y la Universidad pública te lo permite. Es un espacio creativo que nos permite soñar pero también hacer”, finaliza.