Silvia Storani
No se invoca en vano
el nombre de la rosa.
Pero al hacerlo,
pero antes de hacerlo,
sabrás que no hay regreso,
que la rosa se abre sólo
ante el coraje
y que su corazón arde
y nos abrasa,
y su perfume se transmuta
en nuestro aliento,
y el brillo del rocío
en su pelusa
ulcera recuerdos y miradas.
La rosa siempre llega
al invocarla desde la extrema
desesperanza.
Pero,
si el valor nos falla,
si espantados huimos
con las manos cerradas,
sus pétalos se pliegan
nuevamente
y quizás
ya no sepamos
volver a convocarla.