Columna de opinión del doctor en Historia José Mateo, investigador del CONICET
"No hay testimonio de civilización que
no lo sea también de barbarie"
Walter Benjamin, Tesis sobre la
filosofía de la historia, Berlín, 1940
La afirmación del ministro (de Educación) Esteban Bullrich acerca de que "ésta es la nueva Campaña del Desierto, pero no con la espada sino con la educación" puede producir indignación, irritación, pero no sorpresa. Su formación en informática quizás lo disculpe un tanto de conocer algunas cuestiones cuya ignorancia no es sólo patrimonio del ministro.
En principio dos cuestiones fácticas. La primera, no fue la espada el arma de la llamada conquista, sino los fusiles a repetición fabricados por la Remington Arms Company Inc., y pagados con bonos a 4 pesos por hectárea por la Sociedad Rural Argentina (presidida por José Martínez de Hoz) a cambio de tierras a obtener luego de la campaña. Podemos dejar a favor del ministro la utilización del concepto “espada” como metáfora; pero la segunda cuestión, obvia consecuencia de la primera, es que se necesitaron los fusiles para dar cuenta de esa vacuidad. Decía el querido maestro Raúl Mandrini: “A los desiertos se los ocupa no se los conquista militarmente”. El desierto quedó después.
Los manuales y profesores de Historia bregan año a año por aclarar esta cuestión, pero el imaginario social guarda esta imagen de desierto conquistado como una cárcel de la memoria colectiva, probablemente por cuestiones más ligadas a la negación y la culpa (algo similar ocurre con la llamada Guerra del Paraguay) de un Estado en formación que hizo del crimen en batallas desiguales su modus operandi. Reflexionar sobre estos temas no lleva a un pasado glorioso para la Nación, por lo tanto, encasillarlo en un rótulo y pasar a otro tema parece ser lo más conveniente. Sin embargo el pasado siempre impacta en el presente de algún modo, como lo prueba el propio recurso al pasado utilizado para elaborar la frase.
Las raíces de la adjetivación del sustantivo desierto para aquellos lugares de la patria donde la civilización no había llegado e imperaba la barbarie se la debemos a dos pensadores del siglo XIX. Uno sanjuanino y otro tucumano. “El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión —escribía Sarmiento en las primeras líneas de Facundo, publicado en 1845-, el desierto la rodea por todas partes, se le insinúa en las entrañas...”. Juan Bautista Alberdi le hacía eco en sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, obra redactada en 1852: “Pero ¿cuál es la Constitución que mejor conviene al desierto? La que sirve para hacerlo desaparecer...”.
Otro tucumano, que alguna vez quiso ser médico y salvar vidas mientras estudiaba en Concepción del Uruguay, fue —como militar y político- el mejor instrumento para estas ideas. Sus éxitos, tanto en la guerra de la Triple Infamia (donde obtuvo el rango de coronel en la batalla de Curupaytí), en la derrota del gobernador de Entre Ríos, Ricardo López Jordán; en la batalla de Ñaembé (que le valió el ascenso a General), como en la mencionada masacre de la Patagonia; fueron premiados con la mayor extensión temporal de una presidencia en Argentina, la mayor estatua ecuestre de nuestro país, sita en la calle Diagonal Sur de la Ciudad de Buenos Aires, que lleva su nombre; y su imagen en el billete de hasta hace poco mayor denominación de nuestro país.
Si bien algunas cuestiones vinculadas con el Julio Argentino Roca político pueden ser hasta elogiadas en algún punto, las del Julio Argentino Roca militar impactan profundamente en la sensibilidad humana.
Siendo lo anterior harto sabido, las declaraciones de Bullrich muestran una toma de posición frente a la historia de nuestro país. Posición que se aclara o se explica, quizás, por la propia genealogía del ministro. Adolfo Jacobo Bullrich Rejas, hijo de un alemán tomado prisionero como soldado enemigo durante la Guerra del Brasil, Augusto Bullrich, fundador de la dinastía; fundó él la casa de remates Adolfo Bullrich y Cía. en 1867. Esta casa se encargó precisamente de los remates las propiedades rurales producidas por la mencionada “conquista”, entre otros negocios inmobiliarios, como el remate de los restos del caserón de Rosas en el barrio de Palermo. Y en 1898 fue nombrado intendente de la Ciudad de Buenos Aires por el mismísimo presidente Julio Argentino Roca. Fue incluso presidente del Banco Hipotecario Nacional.
La posición frente a la “conquista del desierto” de los primeros Bullrich es muy clara ¿Se hablaría de estos temas en las reuniones familiares con sus tías segundas Julieta (esposa de Rodolfo Galimberti) y Patricia Bullrich Luro Pueyrredón, otrora seducidas por la patria socialista?
Seguramente. Desacertadas, pero no inocentes, las afirmaciones del ministro son coherentes con una línea de pensamiento que engarza casi todos los apellidos citados (Alberdi, Sarmiento, Martínez de Hoz, Roca, e incluso Bullrich).
Suponemos que la frase, otorguemos desacertada, del ministro (de educación) no es compartida unánimemente por su espacio político y esperamos algunas voces aclaratorias al respecto. El silencio en política, como sabemos, no es inacción sino complicidad, y estos juicios no deben quedar sin respuesta. No vaya a ser cosa de que la metáfora deje de ser tal y se desertifiquen incluso las actuales conquistas del país en la materia objeto de su cartera.