Lejos de los reflectores y con la tranquilidad que lo caracteriza, el propietario de la mítica librería City Lights de San Francisco y editor de Howl & Other Poems consiguió lo que ningún otro beat pudo, llegar al siglo de vida.
Setenta años atrás, Lawrence Ferlinghetti no era Ferlinghetti. Era un exoficial americano que había desembarcado en Normandía y se doctoraba en la Sorbona de una París devastada por la Segunda Guerra Mundial.
Se apellidaba Ferling, hijo de inmigrantes europeos, y aprovechaba el romance que vivía Francia con sus libertadores americanos.
París era una ciudad barata. Había sobrevivido a la ocupación nazi y la bohemia se mantenía como en la Belle Époque. El exoficial podía encontrar a sus compatriotas merodeando en los cafés del barrio latino. Por ahí andaba Kenneth Rexroth, uno de los padres de la contracultura americana, y George Whitman, quien con muy poco dinero fundó Shakespeare & Co. en la rivera del Sena.
Para convertirse en quien debía ser, Ferlinghetti tuvo que cambiar París por la costa oeste de los Estados Unidos de América. Kenneth Rexroth le había hablado de San Francisco, “una ciudad fascinante donde están ocurriendo cosas”. Cuando llegó por primera vez, en 1951, ya tenía en mente abrir una modesta librería inspirada en Shakespeare & Co., especializada en libros de bolsillo y revistas. City Lights comenzó a funcionar en 1953, de lunes a domingo hasta la medianoche, en la cuesta de Columbus Avenue.
En el epicentro de lo que sería una de las más grandes revoluciones contraculturales de América, Ferlinghetti se colocaba al pie del cañón y se sentía cómodo. Dos años más tarde incursionaba en el negocio editorial con Pictures of the Gone World, su primer libro de poemas, que inauguraba la colección Pocket Poets de City Lights Books.
No sería hasta octubre de 1955 que Ferlinghetti escucharía por primera vez el poema que lo haría famoso. Lo recitaba un joven de lentes en una galería de arte experimental, en un evento repleto de vino californiano que sería recordado como el inicio del Renacimiento de San Francisco. Aquel joven no era más que un poeta de veintinueve años, homosexual y con problemas psiquiátricos, que respondía al nombre de Allen Ginsberg.
Todo cambió esa noche, cuando Ferlinghetti llegó a su casa, se sentó en su escritorio y le escribió un telegrama a Ginsberg, parafraseando una famosa carta de Ralph Waldo Emerson a Walt Whitman:
“Te saludo al inicio de una gran carrera. ¿Cuándo el manuscrito?”.
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