Nuevos materialismos y política desde posiciones objetivadas. Antes que insistir en la famosa crítica al sujeto, es necesario dar por tierra con el intento de subjetivarlo todo. La biopolítica desde abajo como una posible intervención crítica en tiempos de pandemia.
Una pandemia nos recuerda nuestra fragilidad corporal, que debe ser atendida y cuidada para que cualquier proyecto de sociedad sea posible y deseable. Además, de repente nos vemos como objetos de medidas estatales donde la condición ciudadana se intersecta frente a los imperativos de la salud pública y el control/cuidado de la población. Nos sabemos, entonces, objetivados dos veces: el mundo nos recuerda que pertenecemos a la naturaleza (cosa que, desde Copérnico y Darwin, hiere nuestro narcisismo profundamente) y nos descubrimos objetos de medidas de control poblacional, con las angustias que ello implica.
Vivimos una época de preocupaciones materialistas. Muchas de nuestras discusiones políticas se relacionan con la organización de la materia orgánica e inorgánica: el cambio climático, las tecnologías digitales, la generación de desechos, la minería contaminante, la agricultura transgénica, la medicalización de la vida psíquica, la difusión de hormonas y operaciones que modifican rasgos corporales, entre otras. Parece que los problemas políticos pasan por la administración de la naturaleza extrahumana y humana.
A continuación esbozaremos algunas reflexiones sobre las inquietudes materialistas de la época y sus implicancias para la filosofía práctica y la teoría social. No tenemos intenciones de sumarnos a la larga lista de recetas intelectuales para lidiar con la crisis en curso (que implica, precisamente, aceptar la incertidumbre un poco más). En cambio, proponemos algunas modestas reflexiones sobre procesos de plazos más largos que ahora se han hecho más visibles y que, con el tiempo, podrían profundizarse.
2Lo anterior trae, también, discusiones en la filosofía práctica, en particular con el liberalismo político y el normativismo filosófico. Existe una tesis liberal según la cual la sociedad democrática se basa más en un acuerdo de normas que de fines. Se trataría de establecer un marco normativo abstracto, para quede en manos de los particulares (individuos o comunidades) fijarse sus propias visiones de la buena vida. Una sociedad democrática debería poder albergar modos de vida diferentes. Sin embargo, especialmente en períodos de crisis, vemos que el Estado toma decisiones sustantivas sobre lo que es una buena vida, un “cuerpo sano”, etc. Una idea positiva y sustantiva de vida sana, en lugar de una normativa formal y abstracta, toma el cuerpo social. Esto a lo mejor nos hace reflexionar sobre cuánto la buena vida ya era gestionada políticamente en períodos de normalidad (son bien conocidos los estudios de Foucault al respecto) y acerca del modo en el cual se han expandido las formas de control estatal en las políticas de salud, el bienestar social, la seguridad y la higiene, etc.
3Ahora bien, es posible que la objetivación técnica de los seres humanos sea un poco anterior, y más sutil, de lo que aparece en los más coloridos escenarios cyborg de la actualidad. A lo largo del siglo XX, una buena parte de la filosofía y la teoría social expresó una protesta contra la tecnificación, maquinización y “burocratización” de la vida social. Desde los lamentos de Weber por la “jaula de hierro” de la modernidad hasta la sombría primera Escuela de Frankfurt, pasando por las reflexiones heideggerianas, encontramos el temor por la pérdida de la experiencia humana ante la frialdad de las abstracciones científico-técnicas. La protesta contra la tecnificación de la vida tuvo, también, ecos en los movimientos contestatarios desde los 50´ y 60´, como los hippies o la nueva izquierda.
Pasadas varias décadas, parece que el rechazo unilateral de la ciencia y la técnica enfrentan grandes dificultades. Cada vez que una generación busca dibujar una línea en la arena que separe lo verdaderamente humano de la mera naturaleza (a la que, parece, sí podríamos objetivar e incluso violentar técnicamente sin límite), la ciencia y la técnica avanzan un poco más y corren esa línea más atrás. El Rubicón de la objetivación del ser humano, parece, siempre-ya se cruzó en un momento anterior, cuyas consecuencias terribles e insospechadas se revelan después.
4Posiblemente, la generalización del rechazo filosófico y de la técnica esté conectado con las lecturas dominantes del giro copernicano y de las consecuencias de la fundación de la ciencia moderna para la filosofía. Bajo la mirada kantiana de las ciencias, la preocupación filosófica por la definición ha sido determinar las diversas formas en las que el mundo se presenta al sujeto, siendo imposible imaginar el acceso acceder a aquello que es independiente del sujeto y de sus condiciones de experiencia.
Esto es lo que observan distintos materialismos y realismos contemporáneos al cuestionar el correlacionismo dominante en la filosofía contemporánea. Propuesto por Quentin Meillassoux en Después de la finitud, este término engloba a todas aquellas posiciones según las cuales no hay posibilidad de acceder a un afuera no relativo al sujeto. En contraposición a esa tendencia, hoy pareciera ser que nos enfrentamos a un universo de cosas que se expande de manera indiferente a las formas de lo subjetivo que conocemos. Este movimiento enseña la contingencia misma de lo subjetivo. La propuesta consistiría en escapar al “círculo correlacional” en el que la discusión teórica y política se ve enclaustrada hace décadas: antes que insistir en la famosa crítica al sujeto, dar por tierra con el intento de subjetivarlo todo.
5Evidentemente, la administración biopolítica de las poblaciones se refiere a algo más profundo que las medidas de excepción ante una epidemia o los debates sobre la ingeniería genética. Remite a la aparición de formas de legitimación estatal que no son las de la ciudadanía y la soberanía, sino las de la gubernamentalidad. Este tipo de administración gestiona poblaciones diferenciadas y localizadas (en lugar de ciudadanos libres e iguales) con el objetivo de garantizar la productividad de la población, su bienestar, salud y, también, control. Desde las regulaciones fabriles hasta la obligación de usar cinturón de seguridad, estas medidas prefiguran la objetivación del sujeto político desde un aspecto administrativo, antes que tecnológico.
6El teórico postcolonial Partha Chaterjee estudia, en La política de los gobernados, las políticas populares como algo que podríamos llamar “biopolítica desde abajo”. Los sectores populares, especialmente de las periferias, dice, saben que son objeto de medidas estatales de control poblacional y gestión de la vida antes que sujetos de derechos. Entonces hacen de ese “ser gobernados” un sitio de intervención y reclamo, un lugar desde el que exigir una libertad especial: la de tener voz, voto y participación activa en el diseño de las técnicas que van a “gestionarlos”. Tomando el caso de un asentamiento precario en un terreno ferroviario de Calcuta, Chatterjee ve que los pobladores hacen de las categorías de control impuestas desde arriba el sitio para constituir una comunidad política con aspiraciones éticas. Se construye entonces un nosotros ambiguo que negocia y disputa con las técnicas biopolíticas que objetivan a las poblaciones. Chaterjee sostiene que el lenguaje técnico de la gestión de poblaciones se cruza con el lenguaje ético de una comunidad de afectados que se auto-constituye como actor político. La “posición objetivada” del grupo poblacional, entonces, se convierte en sitio de una protesta política que no es estrechamente ciudadana, sino más bien popular. Podemos encontrar un proceso similar en otras políticas desde posiciones objetivadas de los últimos siglos, desde el movimiento obrero hasta los movimientos feministas, que desplazan la ciudadanía abstracta y la suplementan con la politización conflictiva de categorías de población.
7En virtud de un número de convergencias, parece que cada vez más personas nos encontramos entre la desprotección de la precariedad neoliberal y la condición de objetos de biopolíticas gubernamentales (ambas pueden darse en paralelo, no se trata de estrategias excluyentes). Esta proliferación biopolítica nos expone a peligros autoritarios bien evidentes, que aparecen siempre que un órgano central dictamina una idea de la buena vida (vida sana, apta, bien constituida, etc.) para toda la sociedad. Empero, negarse sin más a toda gestión biopolítica sería tan inviable como indeseable. A lo mejor, tenemos que asumir cierta contigencia de la subjetividad tal y como la entendemos para poder abordar afirmativamente la situación.
8En este marco, pensamos que un giro viable es asumir la condición de objetos de biopolítica como nuestro sitio de intervención, reapropiación en clave democrática o desde abajo. Si vamos a ser gobernados con criterios de sanidad, “bienestar”, productividad, etc., reclamaremos por lo menos voz, voto y participación activa en el asunto. No se trata, nos parece, de defender un reducto de humanidad amenazada por las técnicas expansivas de control sobre la biología o la sociedad, ni de contribuir al enclaustramiento en la crítica de la subjetividad conocida hasta aquí. Tampoco parece oportuno reencantar el mundo y proyectar las formas de la subjetividad hacia todas las cosas. Más modestamente, pensamos que es posible asumir nuestra posición objetivada, donde somos piezas de naturaleza administrable, como el campo de batalla donde nos moveremos. Esto no excluye otras estrategias (por ejemplo, la defensa de los derechos humanos frente a la autoridad estatal). Pero, a lo mejor, una nueva izquierda hoy necesite recurrir menos a los idearios antropocéntricos y antropomórficos del sujeto (con las cargas patriarcales y coloniales que podemos endilgarle), y más a la posibilidad de hacer política desde las cosas que somos y los ensambles técnicos, administrativos, pero también éticos, con los que tenemos que aprender a vivir. La historia de las políticas populares, hecha desde posiciones objetivadas, nos aporta algunas claves para esto.
Por Constanza Filloy (Universidad Nacional de Córdoba) y Facundo Nahuel Martin (Universidad de Buenos Aires).
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